Aunque se presenten como un secuestro real, los secuestros virtuales son una forma de extorsión que deja profundas cicatrices emocionales, un fenómeno persistente en el Altiplano. Datos oficiales en Matehuala revelan que en solo tres días fueron reportados dos delitos de este tipo. Estos delincuentes no necesitan la confrontación física; su verdadero poder radica en la manipulación psicológica. Al obligar a la víctima a aislarse y cortar toda comunicación, logran un control total, detonando un pánico que los hace vulnerables.
La familiaridad con la tecnología, en lugar de ser una protección, se convierte en un arma en manos de los criminales. Utilizan aplicaciones de mensajería y redes sociales para simular un secuestro, enviando fotos manipuladas o pidiendo a la víctima que se tome imágenes que parezcan tortura. Este bombardeo psicológico está diseñado para romper la voluntad de las personas, generando un trauma que perdura mucho después de que se descubre que todo fue una farsa.
El impacto no se limita solo a la persona extorsionada, sino que se extiende a toda la familia, que vive horas de angustia y desesperación. La sensación de impotencia ante la supuesta situación, la presión por conseguir el dinero y la incertidumbre sobre el paradero de su ser querido, dejan una huella emocional devastadora. La extorsión virtual es un delito que deshumaniza y destruye la confianza, no solo en la tecnología, sino en la seguridad personal y familiar.
Este delito es una constante. A pesar de los esfuerzos de las autoridades para informar y prevenir, los delincuentes continúan explotando el miedo y la vulnerabilidad de las personas. La clave para erradicar este delito reside en gran parte en la sociedad. La mejor defensa es no dar seguimiento a estas llamadas o mensajes y evitar contestar a números desconocidos, ya que la capacidad de identificar la estafa a tiempo es la única herramienta que tiene la sociedad para protegerse de este tipo de agresión psicológica.





