El año 2026 se perfila como un periodo de reconfiguración política, sirviendo como antesala a las elecciones de 2027. Sin embargo, para la clase política, el desafío no reside únicamente en la estrategia electoral o la selección de candidatos; el verdadero reto está en reconectar con una ciudadanía que ha encontrado en la manifestación social y las redes digitales sus principales herramientas de protesta.
El panorama político actual se caracteriza por la intensificación de la participación ciudadana a través de manifestaciones y expresiones públicas de descontento. Esto muestra poca tolerancia a la inacción gubernamental y un incremento en la necesidad de soluciones efectivas.
Para las organizaciones políticas, esto significa que la gestión de crisis y la respuesta a las demandas sociales deben ser inmediatas y sustantivas. Este es el nuevo reto. Las promesas vacías son una constante en las campañas, la pregunta es: ¿cómo van a convencer al electorado de que la respuesta a las necesidades será efectiva?
Los partidos que inicien el movimiento de piezas en 2026 deben fundamentar sus propuestas en planes de trabajo viables y desempeño claros. La campaña de 2027 se centrará, en la evaluación del cumplimiento de compromisos previos, lo cual exige una revisión profunda de la efectividad de las gestiones actuales.
El 2026 no será solo un año de «amarres» internos o negociaciones de cúpula. Será el momento en que los partidos definan si son capaces de adaptarse a la nueva realidad de la protesta. Aquellos que logren moverse con astucia y, sobre todo, con honestidad y eficacia en la gestión, serán los que tendrán verdaderas posibilidades de éxito en la contienda de 2027. Los que sigan apostando por el hermetismo y la retórica vacía, corren el riesgo de ser barridos no por un rival político, sino por la incontenible marea del descontento ciudadano.
La decisión de los votantes tendrá su base en el ¿qué hizo tu partido? Y no en el ¿qué va a hacer por la sociedad?… resultados, no promesas.
