Matehuala amaneció el 10 de noviembre, bajo un manto de luto. La mañana se llevó a Domingo Loera, un hombre que no solo fue un pionero, sino apasionado eterno por el ciclismo y un ejemplo de vida que trascendió las carreteras.

​Nacido en la comunidad de Carbonera, en Matehuala, Domingo encontró en el ciclismo su bandera, el motor que lo impulsó durante más de seis décadas. Los primeros rayos del sol lo encontraban ya montado en su bicicleta, compartiendo los amaneceres con el asfalto que tanto amó. Fue parte fundamental de la dinastía ciclista Loera Hernández, abriendo brecha junto a sus hermanos Hilario y Jesús, quienes ya le esperaban en la eternidad.

Su santuario, el taller de bicicletas Loera en la calle Hidalgo, era mucho más que un negocio. Era el corazón de su pasión, el lugar donde pasaba largas horas «puliendo» bicicletas de todo tipo, no por obligación, sino por el puro gozo de ofrecer su arte. Era una parada obligada para sus amigos, un testigo mudo de breves pero memorables reuniones llenas de risas, recuerdos y experiencias que solo él sabía convocar.

Su disciplina era envidiable, a sus 84 años, mantenía una fuerza y un ímpetu de joven, demostrando que la edad es solo un número cuando se vive con pasión.

En un lugar especial de su casa, una colección de bicicletas y accesorios de ciclismo guarda silenciosamente cientos de historias. Algunas fueron contadas por el mismo «Mingo» Loera, y otras tantas, se han ido con él; innumerables victorias y kilómetros recorridos.

Domingo Loera es sinónimo de ciclismo y deporte en Matehuala, pero fue su personalidad lo que lo hizo verdaderamente grande. Emanando sencillez y humildad, se ganó el respeto de chicos y grandes, convirtiéndose en un verdadero ejemplo de resiliencia y dedicación.

Más allá del ciclismo, fue un apasionado de las motos y del beisbol, dejando una honda herida también en esos ámbitos.

Domingo se ha reunido en la eternidad con su esposa Lupita, con quien compartía la hermosa tradición de honrar a la Virgen de Guadalupe. Un hombre siempre activo, que vivió cada día con propósito y fervor.

​Hoy, las carreteras están vacías, su taller silencioso y Matehuala llora la partida de uno de sus hijos más queridos y admirados.

Descanse en paz, Domingo Loera Hernández.

Por Editor3

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